En los libros de historia, y en nuestros museos, topamos, indefectiblemente, con la fórmula «a. C.» y «d. C.», pero como arqueólogo, naturalista, explorador y peliculero, prefiero defender que solo existen dos maneras efectivas de medir el tiempo: el antes y después de Darwin y el antes y después del Dr. Jones. Si en 1859 Charles R. Darwin publicó El origen de las especies, que revolucionó la manera de entender el pasado, en 1981 el revolucionado fui yo, cuando, con pantalón corto y acné, acudí al estreno de En busca del arca perdida para conocer a Indiana Jones y a su inseparable sombrero fedora. Así, gracias a las enseñanzas evolutivas de Mr. Darwin y al espíritu aventurero que despertó el Dr. Jones en un chaval de 12 años, supe que algún día haría realidad mi sueño: viajar por el tiempo. Hoy compagino la docencia universitaria con esa parte tan esencial como seductora de la disciplina arqueológica que es el trabajo de campo, rebosante de vivencias, ciencia y misterio. Es encasquetarse el fedora y cualquier selva, desierto, sabana u océano deviene el escenario de una epopeya donde siempre me acompaña la so