«Vine, vi, y Dios venció», tales fueron las palabras de Carlos V tras la batalla de Mülhberg. Porque Mülhberg fue algo más que una batalla: históricamente fue el punto más álgido del imperio, y a la vez el comienzo de la decadencia del emperador. Comienza esta historia en las riberas del río Elba. Una, ocupada por las tropas imperiales españolas, lideradas por Fernando Álvarez de Toledo, duque de Alba; la otra, por los luteranos, comandados por Mauricio de Sajonia. Y pronto la fuerte corriente del Elba, envuelta entre la niebla, se manchará de sangre Pero no es ésta sólo la novela de los hechos, crudos, latentes, vivos aún, si no la de personajes inolvidables, más allá de los grandes nombres que han pasado a la Historia: los soldados Cristóbal de Mondragón y su amigo Diego Cubero, que se enfrenta a la muerte con la ayuda de la prostituta Dorothea; Baltasar Carrillo, arcabucero gaditano sediento de matar luteranos, y su compadre, más cabal, Íñigo Mendizábal; el espía Norbert Bachmann, inteligente mercenario, o Barthel Strauchmann, habitante de Mülhberg a quien deberán los imperiales la victoria Ellos son unos